lunes, 17 de julio de 2017

Tres relatos Taoístas para refrescar nuestra visión de la realidad.


“Creo que Chuang-Tzu no sólo es un filósofo notable sino un gran poeta. Es el maestro de la paradoja y del humor, puentes colgantes entre el concepto y la iluminación sin palabras.”
Octavio Paz.




En esta breve selección compartimos tres anécdotas contadas por Chuang Tzu (Siglo IV A.C), filósofo Taoísta discípulo de Lao Tze (fundador del Taoísmo). La traducción de los textos nos llega por el Poeta mejicano Octavio Paz en su libro Chuang Tzu.

En el Taoísmo, el ser humano, también llamado el hombre natural, es simbolizado por el pedazo de madera sin tallar y por el agua que se adapta a la forma de la roca o del suelo que la contiene.
El hombre natural es dúctil y fluído, es blando y transparente como el agua.

Con estos relatos, breves pero repletos de significado, esperamos poder refrescar y despertar en nosotros a ese ser humano natural del que nos hablan los sabios taoístas.


La tortuga sagrada

Chuang-Tzu paseaba por las orillas del río Pu.
El rey de Chou envió a dos altos funcionarios con la misión de proponerle el cargo de Primer Ministro. La caña entre las manos y los ojos fijos en el sedal, Chuang-Tzu respondió: «Me han dicho que en Chou veneran una tortuga sagrada, que murió hace tres mil años. Los reyes conservan sus restos en el altar familiar, en una caja cubierta con un paño. Si el día que pescaron a la tortuga le hubiesen dado la posibilidad de elegir entre morir y ver sus huesos adorados por siglos o seguir viviendo con la cola enterrada en el lodo, ¿qué habría escogido?». Los funcionarios repusieron: «Vivir con la cola en el lodo». «Pues ésa es mi respuesta: prefiero que me dejen aquí, con la cola en el lodo, pero vivo.»

Formas de Vida

Tener ideas rígidas y una conducta rigurosa; vivir lejos del mundo y de manera distinta al común
de los hombres; pronunciar virtuosos discursos, sarcásticos y llenos de reproches; no tener más designio que ser superior: tal es el deseo del ermitaño escondido en su cueva, la ambición del hombre
que condena siempre a los otros y, en fin, de todos aquellos que tiritan en verano y se abanican en invierno.

Predicar virtud y benevolencia, lealtad y fidelidad, frugalidad y respeto; reconocer el mérito de los
otros aun en perjuicio propio; no tener más fin que la perfección moral: tal es la ambición de los moralistas y filántropos, hombres de consejo e instrucción, pedagogos, viajeros instalados en la ciudad.

Hablar de hechos portentosos; alcanzar fama inmortal; enseñar al gobernante y a sus ministros
los ritos que cada uno debe ejecutar: determinar las funciones y oficios de grandes y pequeños; no
tener otro móvil que la cosa pública: tal es la ambición de los que frecuentan los tribunales y las cortes, el afán de esos que sólo desean engrandecer a sus amos, extender sus dominios y ver la vida como una serie de victorias y conquistas.

Instalarse en una floresta o al lado de un arroyo; pensar en un lugar escondido; vivir en el ocio; tal es el deseo de los que vagan por ríos y lagos, fugitivos del mundo. Inspiran, espiran, respiran, expelen el aire viejo y llenan su ser con el nuevo, suspenden el aliento, lo dejan escapar con un rumor de alas: son los amantes de la larga vida, artesanos de la perfección física, los duchos en el arte de inhalar y exhalar, los aspirantes a la longevidad de Peng-Tse.

Pero hay otros: sus pensamientos son sublimes sin ser rígidos; nunca han aspirado a la virtud y son
perfectos; no logran victorias para el Estado ni otorgan renombre a su patria y, no obstante, influyen
secretamente en su pueblo; conquistan la quietud lejos de arroyos y lagos; viven muchos años y jamás practican el arte de respirar; se despojan de todo y no carecen de nada; pasivos, marchan sin objeto y sin deseo, pero todo lo que es deseable está al alcance de su mano. Tal es la ley del cielo y la tierra, tales los poderes del sabio. Quietud, pasividad, pobreza, la substancia del Método, el secreto de
nuestros poderes. El sabio reposa; porque reposa, está en paz; su paz es serenidad. Al pacífico y sereno no lo asaltan ni dañan alegría o tristeza. Intacto, entero, unido a sí mismo y a su ser interior, es
invencible.

Sueño y realidad

Soñé que era una mariposa. Volaba en el jardín de rama en rama. Sólo tenía conciencia de mi existencia de mariposa y no la tenía de mi personalidad de hombre. Desperté. Y ahora no sé si soñaba que era una mariposa o si soy una mariposa que sueña que es Chuang-Tzu.




Fuente:


PAZ, Octavio. Chuang Tzu. Madrid, Siruela, 1997.

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