domingo, 18 de diciembre de 2016

Comenzar por donde aún es fácil

En esta breve nota me interesaría poder hacer un elogio a lo fácil y lo simple en tiempos en donde todo parece empujarnos obligatoriamente a lo que es difícil y complejo.
Atrapados en una demanda incesante de novedad vertiginosa, todo en nuestra vida se empieza a teñir por los valores del “me gusta”- el “compartir” y el “comentar” y corremos ansiosos por tener vidas y momentos más interesantes que podrán ser capturados para la eternidad del instante virtual al que “subimos” todo en busca de la aceptación y la admiración de algún otro que, al igual que nosotros, observa desde el otro lado del espejo negro.
La fuente de este elogio es el Sutra número 42 del Tao Te King que dice así:

Proyecta lo difícil partiendo de donde aún es fácil.
Realiza lo grande partiendo de donde aún es pequeño. Todo lo difícil comienza siempre fácil. Todo lo grande comienza siempre pequeño. Por eso el sabio nunca hace nada grande y realiza lo grande, sin embargo. El árbol de ancho tronco está ya en el pequeño brote. Un gran edificio se basa en una capa de tierra. El viaje hacia lo eterno comienza ante tus pies.

¿Por qué esta nueva necesidad de tener que “compartirlo” todo? ¿Por qué este nuevo afán de ser más interesante, más distinto al resto que el resto, más especial y más único? ¿Por qué este pánico a estar aburrido y no tener nada interesante que hacer?
Creo que se debe a que hemos olvidado la riqueza de lo simple y lo fácil y es debido a ese olvido que nos afanamos (nos robamos a nosotros mismos) por ser más complejos, más complicados, más intrincados, huyendo siempre del aburrimiento en busca de algo divertido.
La palabra Simple significa: Sin pliegues, sin divisiones. Significa también algo que es uno, una unidad.
Lo simple, al ser sin divisiones, es naturalmente fácil. Lo fácil es lo que se da sin esfuerzo, que brota, que surge.
Pero nos han enseñado a amar y venerar lo complejo, lo sofisticado, lo intrincado, lo dificultoso, lo que requiere grandes esfuerzos y privaciones, lo que es sacrificante; lo que está enmarañado y dividido. Y, por el contrario, algo simple es sinónimo de algo que no es emocionante ni excitante, algo que no tiene mucho valor. Alguien simple suele ser, en el mayor de los casos, alguien “sin muchas luces”, tonto, ingenuo, que no sabe gran cosa, alguien aburrido.
La trampa está en que si bien nos enseñan a venerar lo difícil, lo grande, lo maravilloso, etc. se nos está constantemente instando y hostigando a que seamos únicos, irrepetibles, creativos, fluidos y espontáneos.
Pero… algo espontáneo es algo que se da naturalmente y la creatividad y la espontaneidad no pueden ser forzadas desde afuera ni desde adentro: simplemente son, surgen, brotan, se manifiestan.
Volviendo al Sutra del Tao, “por eso el sabio nunca hace nada grande y realiza lo grande, sin embargo.” hay un cuento que dice más o menos así.

El anciano


Un hombre de avanzada edad llamó a la puerta de un monasterio. Aunque era analfabeto y muy ignorante, vibraba en él el deseo de entrenarse y encontrar la libertad interior. Solicitó humildemente que le aceptasen como novicio, pero los monjes y el abad del monasterio se dieron cuenta de que era analfabeto y de muy corto entendimiento intelectual. Le consideraron totalmente incapacitado para leer los sermones de Buda, recitar mantras o poder efectuar las ceremonias sagradas. Pero contemplaban en el anciano mucha motivación espiritual y un ardiente deseo por trabajar consigo mismo. ¿Qué hacer, pues? No podía llevar a cabo ningún tipo de estudios, no entendería la esencia de los métodos de meditación y ni siquiera comprendería el sentido de los rituales. ¿Qué hacer entonces? El abad y los monjes hablaron sobre el tema unos minutos y decidieron permitir al hombre que se quedara en el monasterio. Pero, aunque fuera para que no se sintiera humillado, alguna ocupación había que asignarle. Le dieron una escoba y le dijeron que se encargaría de mantener limpio el jardín del monasterio. Fueron transcurriendo los meses y los años. El anciano se aplicaba con minuciosidad y esmero en su sencilla tarea. Poco a poco los monjes comenzaron a percibir cambios en la actitud del barrendero. ¡Se le veía tan sosegado, contento y equilibrado! De todo él emanaba una atmósfera de paz infinita y contagiosa. Los monjes comenzaron a darse cuenta de que el anciano había ido consiguiendo un notable y evidente avance espiritual, un gran progreso anímico. Siempre era afectivo, nunca se inmutaba y era ecuánime en las palabras. Los monjes, extrañados, decidieron preguntar al barrendero qué prácticas o métodos especiales había desarrollado para conseguir un estado de mente tan lúcido, estable y ecuánime. El anciano dijo: - No, amigos, no he hecho nada especial, podéis creerme. Diariamente, con mucha atención, me he dedicado a limpiar el jardín. He puesto, eso sí, mucho esmero y amor cada vez que barría las hojas, y cada vez que barría la basura y limpiaba el jardín pensaba que estaba barriendo la basura de mi corazón y limpiando mi espíritu. La verdad es que así, día a día, me he ido sintiendo más sosegado, contento y lucido.



Quizás sea momento de volver a lo simple, a mirar con mayor detenimiento las pequeñas cosas que nos rodean, a prestarle mayor atención a las cosas fáciles y simples que permiten y sostienen todo en nuestro mundo. Volver la mirada a esos detalles que cuando están son invisibles y pasan inadvertidos pero que cuando faltan se los siente.


Emilio Abálsamo.

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