Cierta noche, cuando apenas se había quedado dormido, una gran luz inundó la estancia y una imagen gigantesca se le apareció.
— ¿Eres tú Chen Ting-Hua? –preguntó la aparición.
— Yo soy, humilde siervo y picapedrero –respondió Chen.
— He oído tus pensamientos –dijo la imagen-, ¿de qué te quejas?
— Señor… ¡de mi adversa suerte! –contestó-. No soy feliz, con mi pobre sueldo apenas puedo tener una choza donde malvivir y apenas puedo permitirme el lujo de tomar una taza de té. Mientras que otros…
— ¿Y qué deseas ser… dime? –dijo la aparición.
— Un gran Mandarín –contestó Chen-, ellos viven bien y tienen cuanto desean… Pero, perdonad mi osadía gran señor… ¿quién sois vos y cómo podéis ayudarme?
— Soy el dios de la ambición –respondió- y he venido hasta aquí para resolver tus problemas. Quedarás pues convertido en un gran Mandarín.
— Al instante, Chen se vio rodeado y atendido por gráciles y bellas doncellas y fornidos eunucos. Vestía hermosos ropajes de seda y poseía un gran palacio. Al día siguiente, Chen salió a dar un paseo por los jardines de su fastuoso palacio. La mañana era maravillosa y el sol lucía en todo su esplendor. Al ver el Sol, Chen pensó: ¡Cómo molesta el Sol!, ¡me abrasa y nada puedo hacer!, ¡quién fuese como él! De pronto se oyó una voz que dijo:
— Ya que ese es tu deseo… ¡conviértete en Sol!
Chen se asustó tanto al chocar que deseó ser como las rocas. Y al instante se convirtió en una de ellas. Aquello era otra cosa –pensó- ahora se sentía duro y fuerte, podía resistir, la lluvia, el viento, la fuerza de los elementos… De pronto, sintió unos terribles golpes y vio a un hombre que con un pico estaba picando piedras.
Un grito surgió de su garganta:
—¡¡Quiero ser picapedrero!! –y al abrir los ojos vio que todo había sido un sueño.
Desde aquel día Chen Ting-Hua no volvió jamás a quejarse de su suerte, ni a desear ser como los otros.
Cuento Popular Chino
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